Es público y notorio que casi nadie rechaza un cargo en una autoridad portuaria. Sobre todo, si es la presidencia. Si te dicen que ya se lo han ofrecido y ha dicho que no, puede ser que sea directamente mentira. Si te dicen que si se lo ofrecen lo rechazarán... la realidad es que esto nunca ha sido verdad. Que yo sepa.
Puede que las cosas estén cambiando. Así lo he escrito en anteriores ocasiones. Puede que con el tiempo cada vez valga menos la pena coger un cargo público. Al menos en este mundillo del transporte y la logística.
Entre los motivos para aceptar complicarse la existencia, multiplicar el trabajo y dividir el tiempo de vida propia, figura el todopoderoso ego. Si se domina el siempre voluble y fatuo ego, objetivamente, poco más queda que compense ejercer un cargo público, de directivo en una autoridad portuaria, por ejemplo.
El reconocimiento público, la gloria, se diluirá como un azucarillo en un café. Sus logros serán adjudicados al siguiente cargo o, directamente, a quien determine cada mandatario futuro en cada momento futuro. Ya sabemos que la historia la escribe quien manda en ese instante. Así, hemos visto, incluso, desaparecer a determinados presidente de puertos en los discursos de sus sucesores, que otorgan logros y éxitos a su particular criterio, tenga que ver o no con la verdad de los hechos.
El dinero tampoco es ya un motivo para aceptar un carguete. A determinadas alturas de la vida profesional, ese tema ya no es determinante. Ni tampoco pagan tan bien. Sobre todo, si tenemos en cuenta el peso de la faena y la responsabilidad que acarrea.
Uno de los dos papeles habrá de helarle el corazón: el papel de la burocracia o el de los periódicos
El honor... ¡ay el honor! Si a uno le importa su honor, su buen nombre, su prestigio... nada hay mejor que salir corriendo. Las grandes obras se adjudican por el precio y por los criterios técnicos. Por tanto, como los criterios técnicos no son matemáticamente medibles, siempre habrá quien proteste, denuncie, critique... arrastrando tu nombre por los papeles y las ondas. Para siempre.
Si es una inversión menor, de esas que se adjudican sin concurso, el problema será mayor. Obviamente, si es sin concurso, supongo que el encargo se podría adjudicar a un proveedor de confianza. Sí, pero no. Ahí vuelven los problemas. Si conoces al proveedor, aunque el encargo sea una caja de grapas... ya la hemos liado... a los papeles otra vez.
Contratar personal es otro suplicio. Para cargos de confianza se supone que has de recurrir a personas de confianza, ya que no te dan tiempo para seleccionar, conocer y formar. Pues tampoco. Para librarte de los papeles de la burocracia y de los de los periódicos... has de contratar a gente desconocida. Totalmente desconocida por ti, por tu entorno y por todo el equipo de la autoridad portuaria.
Si todo esto se salva y estás todo auditado y validado por los abogados del estado... tampoco te libras de la pena de telediario en cuanto una empresa adjudicataria haya estado salpicada por alguna acusación de amaño, donde fuera y cuando fuera. Además, si el error ha sido del abogado del estado... será tu problema.
Todo esto se agrava si coincide tu mandato con tiempos como los actuales, en los que está en todos los medios, a todas horas, el tema de la corrupción.
Procede concluir que uno, o una, deberá pensárselo muy mucho a la hora de aceptar un cargo directivo en un puerto.
Parafraseando a Machado, podríamos decir que uno de los dos papeles habrá de helarle el corazón: el papel de la burocracia o el de los periódicos.